El Abrazo [prosa poética filosófica]
Con cada pequeño movimiento de la cabeza, la naciente barba le pica un poco más el cuello, y el lóbulo de la oreja derecha empieza a tomar un color rojizo, pero no importa en lo más mínimo… estando así, abrazados.
Oye la respiración densa y pausada, como sumergiéndose en sí misma a cada inhalación; a su vez más profunda, y a cada exhalación; a su vez más larga, como adentrándose en un profundo y calmo mar, para salir a la superficie náufraga y feliz, y volver a zambullirse fascinada, extasiada de completar el bucle.
Nota que éste ejercicio lentamente acompaña el latir de su corazón, y poco a poco parecen querer sincronizarse.
Sus funciones vitales se transforman, se mezclan, se disuelven y son un solo impulso de respirar y bombear, un remar conjunto que dura unos instantes vigorosos, para luego caer por la cascada bifurcada y volver a ser Respirar y Latir, dos funciones vitales de diferentes cuerpos.
Lentamente se diferencia el ritmo pero se mantiene la misma esencia.
Y así sin querer, sin buscarlo, volverán a juntarse otra vez el aire y la sangre como un solo elemento de vida, de comunión inexplicable, para completar otra vuelta al circuito incierto de ese ritual del abrazo natural.
-Te extrañé ¡Ha pasado tanto!
Dice ella, y sus ojos rápidamente acarician el suelo.
-Si vos me aclaraste que el tiempo no existe.
Le reprocha y se agacha un poco buscando su mirada.
-Yo no hablo de tiempo.
Sonrojada, intenta con pequeños golpes desenterrar una piedrita con la punta del zapato.
El ritual va desenvolviendo sus pétalos, vuelve a reinar el silencio entre sus cuerpos y sus espaldas reciben las palmas húmedas, como si fueran patinadoras despreocupadas en una laguna congelada, danzando libres y soberanas en toda su extensión.
Recorren circuitos que se entrelazan, yendo y viniendo, para luego quedarse estancadas en un lugar cualquiera, y quizás retomar la danza nuevamente.
Por qué esas palmas húmedas, pueden tornarse súbitamente yemas, apremiantes e incisivas, y ejercer presión a la pasión de la cintura,
o tal vez, audaces, introducirse desde la nuca hasta la cabellera erizando la piel de todo el cuerpo.
Por qué pasan sin resistencia y sin tapujos,
de palmas a yemas que caminan, y de uñas a palmas y de vuelta a uñas que rascan, ensimismadas en su inconstancia fortuita.
Ambos, en una aparente comunión de arrebatadas emociones, se comunican, con el código tácito del abrazo que les permite todo porque si.
-Yo dije que el tiempo es un cobarde, me parece.
Exclama ella, crítica pero en voz baja, casi susurrando, y hunde su rostro contra el hombro derecho de él.
-El tiempo está dentro nuestro ¡Escapándose por los poros! Como polvo que desaparece las cosas, o las empuja...
Repuso él, levantando el mentón y apoyándolo sobre la cabeza de ella.
-¿Cerramos los ojos entonces?
Pregunta ella, como al aire, sin esperar una respuesta que tampoco llega.
Ahora otro sentido vuelca su cualidad en la poción, esperando formar parte de la mezcla efímera, y los ojos permanecen cerrados;
sintiendo también suyo el ritual, siendo parte de él, apretando la urgencia de los párpados, encerrando en las ocultas pupilas la esencia.
Porque solo así se puede ver por debajo, sondear en el interior de esas lagunas congeladas, atravesar la gruesa capa sin romperla, deslizarse sigiloso y beber de su frescura incalculable.
Ver el flujo, observar con atención la quietud.
Un mirar para adentro y para el otro lado que se combina. El adentro y el afuera formando el todo, su todo.
Porque mirando así, se siente, se disfruta la búsqueda, se ve el futuro en el aire libre. Mirar, sentir, palpar y saborear se evaporan en el mismo Elixir que cuece el abrazo.
-”El mar se mueve en el fondo, no paramos de reir…”
Susurrando, él comienza un suave balanceo.
El abrazo, ritual ancestral, donde los pies también danzan un poco;
se saludan, se inclinan y se balancean hacia atrás y adelante, mágicos esparcen su dulce aroma con cada golpe al vacío. Y así vuelcan también su cualidad de movimiento coordinador y transforman el abrazo en danza sagrada.
Un baile suave, sensual, casi imperceptible a los transeúntes desprevenidos, asemejándose a la tranquilidad del ojo de un huracán que no ve que va a desatarse en tempestad.
Porque el aire incorpora la fuerza del movimiento y la estática; los giros y el silencio de la quietud, el torrente de la sangre y el temblor de los párpados, y la poción se eleva en vapor invisible a los ajenos y evidente para los protagonistas.
-Y yo digo que los números son más cobardes.
Dice él, arrimándose más, apretándose contra su pecho.
-Pero los números, bueno en fin…
Replica ella dejándose mezclar. Ingresando en el trance sin prisa.
Y los cuerpos se funden, se evaporan y se entierran, se transportan y regresan. Porque abrazar es volar, es sumergirse, es girar y acostarse en el pasto, es Poder, Alegría, Comodidad, es tantear esa conexión indescifrable; su gozo, su deleite, su cielo estrellado con su luna roja en medio.
Es toda la poesía volcada en una sola pintura excelsa; un lienzo móvil que se exhibe en la oscuridad de una escalera un día soleado en el invierno más crudo, para cualquiera, para todos y para nadie.
Ellos lo saben, sólo así, sabiendo y haciéndolo, dejando que la energía emerja y retorne y cambie, se transforman entendiéndose mudos, ciegos y sordos…
porque no necesitan, ni buscan… para ellos no urge poner eso en palabras para sus oídos ansiosos y culposos. Porque sus bocas sólo podrán tropezar con esas palabras muertas que harán perder el sentido de todo y lo marchitarán.
Palabras que titilan, que gotean; pavorosas e inconclusas, que se estiran y estiran hasta dejar una fina película casi transparente de lo que en realidad es, y forman lo que fue.
Palabras y símbolos.
Silencio y espera.
Ansiedad ilusoria que gesta su semilla siempre imperceptible, de futuro, de pasado que vuelve, de ángel salvador que pierde sus plumas para quedarse para siempre y por gusto.
-Hasta mañana amor.
Dice él, desprendiéndose y buscándose para partir con lo que queda de sí.
-Hasta siempre che.
Él se aleja meditadamente, esas últimas palabras le resuenan como en un túnel. Palabras que siente discriminadas, sospechosas. Se le vuelven paranoicas, intuitivas. Pesan, cargadas de presagios de su pasado. Son como un boomerang que vuelve con algo más desde no sabe dónde.
Y luego así desprevenidos y diferentes, se reencuentran, en el mismo lugar; mismos cuerpos, mismos nombres, mismos ojos, y mismos corazones… pero algo cambió, o definitivamente todo es una cosa extraña; un manojo de dudas y expectativas sudorosas.
Ahora, se espera.
Los cuerpos están desconectados, descoordinados, confusos uno del otro, tratando de exigir una recompensa. Buscan con los ojos altos y las lenguas inquietas, con el corazón pegado al suelo, la razón sobre la intuición sobre el deseo y la voluntad.
Cada uno espera el primer paso del otro.
La esperanza de unas palabras que surquen el aire, que lo atraviesen llevando consigo esas letras mezcladas con premura y representando la confianza del otro, la confianza y verdad depositadas en símbolos sensatos y claros.
-¿Pensaste alguna vez que nuestras sombras son siempre las mismas? Ahí en el suelo claro.
La observa un momento, esperando que ella gire su rostro. Pero ella contestó sin moverse.
-La luz hace a las sombras, todo depende de la luz. Y es escurridiza la luz.
Aunque la barba es la misma, ahora cree que pica un poco más, y empieza la manía de la lógica.. pensar que debe molestar el ardor del lóbulo rojizo, que seguro también incomodarán las húmedas palmas, etc.
Y respirar es simplemente algo mecánico abandonado a la inercia.
Esas palabras no llegan ni salen, y las pupilas se vuelven párpados incesantes que suben y bajan pero no pueden ver.
-¿Y cómo estás?
Dice él, desconcertado e incómodo.
-Todo bien che, todo bien.
Un vacío de distancia irrevocable se genera entre sus almas.
Y las manos solo pueden dar unas palmadas suaves en la espalda, una leve caricia a los hombros o frotar apenas a la cintura estática.
Sus cabezas no se separan para dar libertad a aquellas bocas volcánicas, ni sus respiraciones emanan vapores afrodisíacos, no hay barreras pero tampoco hay tiempo ni luz.
El abrazo es atrofiado, malogrado, hecho un mísero choque de carnes y ropas e imágenes. Colisión de nombres con pasado cada vez más presente. Disputa del Yo, Vos y el Antes de nosotros que no tiene pedestal ni premio.
¿Cómo sería ese cuerpo inerte que logre mantenerse soberbio, inalterablemente homogéneo y desabrido, luego de ser abrazado con calidez, desbordado de pena o esa líquida indiferencia caprichosa?
¿Existirá en él la risa?
¿Sucumbirá ante unos ojos húmedos de dicha?
¿Se le estremecerá el pecho sin razonamientos?
Rebuscando síntesis inútiles y despreocupadas,
¿No es acaso este magnífico hecho un impulso que proviene del alma misma? El verdadero abrazo, el primigenio.
Algo que se da sin hilos ni clavos ni tiempo ni forma, que engendra su propia atmósfera, inexplicablemente interna y febril, provocando sueños, metas e ilusiones utópicas.
Suscitando en la mente un halo de luz con el calor de los pechos que se agolpan en ese apretar suspendido y hambriento.
El abrazo, siendo el alma manifestándose, oportuna y voraz, muestra su fortaleza apretujando el cuerpo contra otro cuerpo magnético, para saber si éste lleva también dentro un Alma inescrutable.
Y alguno preguntará ¿Qué es el alma?
Podemos decir: algo que muta en nuestro interior, algo que brilla sin luz, que se mueve sin forma hacia afuera, que nos agita sin tocarnos, algo que nos habla sin voz.
Flujo, semilla, magia, cosmos. Todo lo que nos vuelve vida puede ser Alma sí, y una chispa puede ser Espíritu.
Pero las almas no siempre son ríos, ni semillas prometedoras, ni chispas de sol, ni magia exquisita, ni ese famoso polvo de estrellas…
Y la negra noche también puede cubrirlas, apagarlas o suspenderlas, dejarlas caer en el profundo valle hasta hondar en la mezquina tristeza del rechazo.
-No te preocupes por eso ahora, es solo cuestión de tiempo.
Dice ella, sonriendo, buscando su complicidad.
-Hay tiempos que corren y tiempos que nadan, y tiempos que se hunden, ni hablar de los que se cubren de polvo, como ya hablamos…
Responde él sin mirarla.
-Ah sos un alma frágil, no sabía que eras tan sensible.
Responde ella sarcásticamente.
Ahora los cuerpos son esclavos de la mente, prisioneros de la razón; de sus certezas y dudas y ausencias inexplicables, son arrastrados por ese agujero negro que traga todo misterio y reviste el alma de oscuridad.
Porque las palabras no nacen, las lenguas no bailan con las cuerdas para lanzar ese hechizo imperioso, y el silencio es tomado por negación.
Absoluta e inalterable ruptura de la comunión, bifurcación sin retorno, rama que se ahoga con su propio follaje.
-Igual tengo que decirte algo…creo que te amo.
Dice él, lanzando un suspiro que cubrió toda la habitación, volviéndose denso para machacarlo una vez liberado.
Ella sonrió. Besándolo suavemente, recostándose en su pecho. Pero no contestó.
Y los “Por qué” y “Cómo” se vuelven ahora palabras que la mente martilla como clavos herrumbrados que chirrían desesperanza. Con cada golpe sobreviene la desolación de estar a punto de morir, el dolor de no saber escapar. El acercamiento a unas miradas perdidas en el horizonte.
Y así ese ruido ambiental se siente abismal, eterno, terriblemente permanente. Y marchita instantáneamente el abrazo, ya sin raíz ni flor, volviéndose solo un tallo verde opaco que se enreda pero no aprieta, que intenta pero se seca al instante mismo de crecer y se deshace.
Los dos parecen intentar revivir al otro, y ese es su pecado, su quimera, su perdición. Y aunque es un abrazo largo; que aguarda, que lucha, que aguanta un poco más, que necesita y se refugia, ya el tiempo no puede hacer nada… La esperanza está arraigada, enraizada y voluptuosa.
-¿Qué comemos?
Pregunta ella, lanzando un manotazo al silencio abrasador.
-Lo que vos quieras
Responde él como por inercia, y sonríe tímidamente.
Y solo en la dicción, oportuna y sincera, se hará efectivo el hechizo.
Solo el sonido certero romperá las cadenas inmóviles, cadenas que atan con su espera de impronta, invisibles pero duras. Pero ambos juegan el mismo juego con las mismas fichas, un ajedrez donde ambos están en jaque.
Y si las expectantes palabras no surgen, no navegan el espacio y el tiempo entre ellos como un barquito de papel; de aquí a allá en una estúpida pirueta pirata, entonces solo resta separarse.
Para ellos solo queda seguir un surco y echarse a caminar entre la distracción y la monotonía monocromática de la soledad impuesta.
Vagar el largo camino de la sensatez de los que saltan si hay agua, de los que guardan cartas en sus mangas opulentas, de los precavidos que se mezclan en lo común y corriente.
Hasta comprender u olvidar.
Arriesgarse, dar y poder también recibir.
Sentir que el hueco fue cubierto de arena blanca por el cilindro que rueda, o la oscuridad fue vencida por un fósforo cualquiera que se consume lento para encender otro y otro. Porque el alma sólo puede dar;
siempre suelta las riendas de ese tordillo que no conoce la senda y avanza al galope, entregándose al azar del camino y el destino sin huellas. Aún en la noche y la niebla, cuando ésta predomina, puede abalanzarse y escapar hacia las estrellas en busca de luz.
El alma necesita imantarse de amor sencillo, recargarse de mañanas y atardeceres y brisas suaves.
Necesita aire para poder ser viento, huracán y tornado, y algo de sol para verse y refractarse hacia el otro y reflejarse en el otro, y algo de agua para no perderse en desierto y ser habitable.
Para el alma, el cuerpo es su paleta de colores, la mente su pincel y el mundo que nos rodea es su lienzo.
El alma siempre está dispuesta.
Sólo espera que seas su cielo y su huerto.
Y así por fin, después de que la lluvia renueve la tierra, después que las hojas se vuelvan abono, que los tallos estén leñosos y las raíces profundas, poder volver a abrazar; simplemente abrazar porque si,
abrazar sin ojos ni oídos ni lengua,
abrazar con la raíz y las flores hermosas,
abrazar los perfumes enamorados del silencio, para sincronizar una vez más y otra vez.
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