Hacia afuera del Asilo

La luz se manifiesta triunfal, ganándole a la oscuridad casi la totalidad de la habitación, dándole su propia forma a las cosas, deslizándose firme y suavemente, abrazándolo todo a su paso. Mientras avanza el espectáculo, la oscuridad sólo puede contentarse con algunas sombras que perduran, que logran escapar a lo luciente por escasos momentos, resistiendo inmutables hasta poder reinar nuevamente, cuando llegue el fin del ciclo y comience su turno.
Mientras amanece, dos sombras destacan, danzando entre sí sin tocarse, proyectándose en la pared azul marino. Sombras de dos pequeñas estatuas de cerámica, un Buda sonriente y un Duende Sabio que descansan sobre el marco de la única ventana de la habitación. Las demás sombras que se esparcen por la habitación se refugian cada vez más cerca del suelo, ocultándose en su origen, como siervas de estas dos sombras reinantes.
Las sombras del Buda y el Duende Sabio, alargadas y distorsionadas; por los ángulos de la luz y las demás sombras, se entrelazan en una danza silenciosa y discreta. La forma serena, meditativa y voluptuosa del Buda se mezcla con la figura inquieta, traviesa y escuálida del duende, y la frontera entre ambas figuras se difumina. A medida que la luz cambia con el movimiento del sol, las sombras se transforman, sumergiéndose una en la otra y viceversa, pero por un momento, las dos entidades parecen formar una sola figura definida, que se inclina lenta e inquisitiva hacia la cama.
Momentos antes, en el centro de la habitación, una persona yace dormida sobre una cama de sábanas suaves y arrugadas, respirando de manera lenta y profunda. Su cuerpo, relajado y en calma, parece flotar en ese ambiente donde las sombras de Buda y el duende bailan en la pared. La luz tenue acaricia su rostro, delineando suavemente los contornos de sus mejillas, nariz y párpados cerrados.
El leve movimiento de su pecho al subir y bajar acompaña el ritmo del silencio que inunda el espacio. Su cabello, desordenado sobre la almohada, refleja la misma serenidad que la figura del Buda en el marco, mientras sus dedos, ligeramente extendidos, parecen buscar la libertad juguetona del duende. La paz que desprende su cuerpo en reposo se mezcla con la atmósfera casi mágica de la habitación, como si su sueño fuese parte de ese escenario. 
Olga, yace ajena al mundo exterior, está inmersa en un descanso profundo, como si la quietud de la habitación la hubiera envuelto en una burbuja de tranquilidad intocable. La habitación, envuelta en ese juego de luces y sombras, adquiere un aire místico, como si en esa fusión temporal se ocultara un mensaje secreto. Y esa figura formada por la alineación de las sombras del Buda y el Duende Sabio se inclina ahora sobre ella para revelarlo.
De repente, un ruido seco como de metal retumba en sus oídos, y Olga se despierta entre las frazadas, algo inerte, indiferente, turbada e inconsciente. La sombra se vuelve a separar en la del Buda y la del Duende, aunque ella ni siquiera lo nota. 
Trata de acomodar sus pensamientos e implementa la gravedad de la lógica; diferenciar la realidad del sueño, darle veracidad a sus ojos y sus destartalados sentidos. Su pereza está marcada en sus párpados inferiores, que tienen el color del olvido alcohólico, la noche insoluble que aniquila al pez-neurona y lo deja flotando en la famosa laguna blanca. 
Se incorpora sentándose en el borde de la cama. Frotándose las manos contra su cara un momento; restregando sus ojos y estirando los pómulos. Luego deposita las palmas abiertas en sus rodillas. Un bostezo le llega mecánico; como costumbre después de despertar, y se dispone a erguirse con un suspiro, mirando desconcertadamente hacia la puerta. Había dormido vestida, bien abrigada, y ni siquiera se había molestado en quitarse los zapatos. 
Sale de la habitación en dirección al baño a pasos cortos y desganados, como tanteando el suelo. La luz natural entra por un tragaluz del techo, iluminando apenas el pasillo. Cree saber dónde está; aunque su mente todavía naufrága entre realidad y sueño. Reconoce apenas algunos de los restos de comida, envolturas, botellas y cuerpos resacados que se divisan a un lado y otro del pasillo.
Algo mareada, consigue entrar; a manotazos del picaporte, al pequeño y oscuro baño. Intenta encender la luz, pero no sirve de nada, el foco está quemado. Tambaleándose, dejando la puerta totalmente abierta para que un poco de luz del pasillo la ilumine y con algo de esfuerzo, logra sentarse en el inodoro, dejando fluir lo que le estaba anudando las tripas, así sin molestarse por nada ni nadie. 
Suspira de satisfacción. Luego de defecar bruscamente, pequeños chorros de orina suceden uno tras otro, entrecortados. Apretando sus manos contra sus rodillas, piensa abstraída.
-No hay flujo continuo ¡todo entrecortado! ¿Mi vida se ve así? Un día empezó a trastabillar y no terminó de caer. ¡Ah! Pero la mierda siempre es todo de golpe.
Se ríe un instante. Una marcada sonrisa que desaparece al segundo. Se contorsiona un poco, girando y estirando el brazo para sacar un paquete de cigarrillos detrás de la mochila del agua; el típico paquete de respaldo, enciende uno y empieza a comunicarse consigo misma, que las cosas sucedan en su mente: imágenes, voces y olores, mientras inhala y lanza bocanadas de humo lentamente siguiéndolas con la mirada vacía.
- ¿Qué debe ser lo que no recuerdo, lo que se borra o se esconde? ¿En dónde debe encontrarse mi mente cuando no la sostengo, y que cosas habré hecho de sólo pura inercia? ¿Es necesaria la memoria para vivir, para saber actuar correctamente, claro y con celeridad?
Abre sus piernas para ir depositando las cenizas en el interior del inodoro, golpeando la colilla del cigarrillo con su pulgar. A veces apoyando la brasa contra el borde del inodoro luego de una pitada larga, para que no quede muy grande y llegue a desprenderse súbitamente. Le molesta el solo pensar esa situación de volver a encender un cigarrillo.
-¡Qué loco este mundo y sus habitantes! Hasta ahora, Una solo puede hacer lo que debe hacer, y sino ¡ay! ¡Señora!
Se pasa la mano por el pelo sin intención de acomodarlo, como un mero movimiento automático y continua:
¡Dios de Dioses! ¡Como extraño querer! ¡Que una ilusión me parta como un rayo!.
A la par de sus pensamientos, sus acciones naturales, mamíferas, grotescas, terminan con una suave caricia del papel con dibujos de ositos y globos que se llevan unas últimas gotas de orina.
-¡Qué hermoso!- dice en voz alta, y se le dibuja otra sonrisa, más pícara e intencionada a esa situación. Da la última pitada al cigarrillo para tirarlo en el interior del inodoro. Queda un momento sentada, contemplando el humo que se eleva en aureolas cada vez más grandes. Piensa:
-Un día tropecé, si, y me fui para otro lado. Después seguí unos años así hasta tropezar de nuevo. A cada tropezar un cambio. ¡Cambiar! ¡Qué estupidez! eso no es nada. ¿Se puede cambiar realmente, como la muda de piel cada mes? ¡Terminar! Eso sí es otro cuento. ¡Crear! Eso ya pocos lo cuentan.
Se levanta con pesadez y tira de la cadena bruscamente. Alza sus pantalones; con algo de esfuerzo que demuestran los gestos de su rostro, y se dispone a lavarse las manos. Deja que el agua corra mientras mira con desidia por uno de los espejos del botiquín, los restos de morrón y aceituna en la boca abierta de la anciana que yace recostada en la pared frente a la puerta, como si hubiera querido llegar al baño, pero su cuerpo y mente no resistieron el camino, dejándola derrotada en el umbral. 
-¿Qué fue de mi corazón pomposo? ¿Compasión, ternura, empatía, dónde queda eso a esta edad, si no es para con una? - piensa, mirando el cabello enmarañado de la anciana - ¡Cuántas veces corrí sin llegar a ningún lado! ¡Cuántas veces corrí más rápido, y llegué donde no estaba a gusto! Pero seguro que más veces corrí, salté, trepé, escupí y lloré, sin llegar a ningún lado. Aunque quizás son más las veces que ni me moví. ¿Por qué no bailé?
Da el primer paso fuera del baño; ya un poco más lúcida por el contacto con el agua, y pisa el pico de una botella de tequila, que girando entre dos botellas de vino, hace resonar los cristales. Se detiene un momento, y mientras espera que cese el eco, trata de recordar si ésas botellas estaban ahí en el camino de ida, pero no logra reconstruir la imagen.
-Ni las botellas se ponen de acuerdo ya, ¡O están o no, carajo! - exclama molesta, como reclamando algo al espacio-tiempo.
Sigue caminando a pasos cortos y medidos, decidida a salir del pasillo hacia el living. Al final de éste, se queda mirando dentro de un cesto de ropa sucia como otra botella de vino asoma el pico entre las camisas y pantalones arrugados y manchados, atrincherada y atrapada, espiando aquella actividad taciturna y enredada en la que Olga se encontraba. 
-¡Pícara Duenda chismosa! -dice en voz alta señalando la botella - ¿No ves lo que necesito ahora? ¿Ésta es tu señal?
Así, parada, inmóvil de cuerpo pero tambaleándose por dentro, se rasca la panza un poco, levemente aturdida, sintiéndose casi lúcida completamente, tomando conciencia. Volviendo la cabeza a la derecha; en dirección a la cocina, piensa y dice en voz baja, hablando consigo misma como dándose aliento.
- Ésta vez. Éste día, ¡Amerita hacer más que un bife con puré o arroz! ¡Unos ñoquis con bolognesa! ¿Por qué no? para darle una imagen más hogareña a la comida, ¡ja ja ja! terminar con el estómago bien lleno, ¡si! ¡si! satisfecha y tratando de recuperar el ánimo del todo. ¡Panza llena, corazón contento! ¡Qué noche más loca! ¡Dios de Dioses!.
Se dirige a la cocina, despacio, tratando de hacer el menor ruido posible. A cada paso mira las caras que se mueven como si estuvieran despertando, pero siguen durmiendo profundo, gesticulando al compás de sus tacones de punta que hacen estremecer el mármol ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!. 
Toma un vaso con restos de whisky que yace mitad en el aire y mitad en la mesita ratona de vidrio, como meditando el suicidio, sin decidirse a caer sobre el piso que lo mira deseoso. Con desdén, limpia el borde del vaso con el puño de su camisa y bebe a fondo blanco, dejando el vaso en la misma posición, como instintivamente.
- Tantos años, meses, días y horas, ¡cuantas visitas y paseos!, ¡Fotos que vagan en mi mente! Pero ¿Elegiría este lugar si pudiera elegir? ¡Si pudiera elegir! Qué digo, que tonta ¡Todo es elección, costo y oportunidad! ¡Cada minuto es una elección!
Piensa triste y ensimismada en su logica, mientras se sienta en una silla de madera torneada al estilo provenzal, tapizada con un cuero negro muy suave y bordeada con tachuelas doradas. 
Se cruza de piernas por encima de la rodilla, pero se siente incómoda y resopla fastidiosa. Se estira para cambiar de posición, y luego después de descalzarse, se frota entre sí los pies mientras los levanta para apoyarlos sobre la mesita, volviendo a cruzarlos en los tobillos.
Las caras, los cuerpos, la ropa y el mismo desorden se va oscureciendo en su mirada, tornándose más viciado el ambiente. Algo efervescente empieza a agitarse en su pecho, recorriendo todo su cuerpo, a punto de explotar en su cerebro octogenario.
-¡Ey tú! ¿Cuánto más quieres de esto?
Grita desesperada. Ya no le importan los rostros cavilosos que se estremecen simultáneamente al rozarlos el frío de sus palabras. Aunque nadie despierta, dan solo unas vueltas y gesticulan de incomodidad. Olga trata de racionalizar, comprenderse en sus palabras.
 -¿Acaso no fue todo como se decidió? ¡Faltaba más! Decidir, Formar el propósito, ¡engendrar la intención! Solo y a espera del hacer, concebir, ¡parir!. ¡Maldita vida estirada! ¿Dónde queda mi suerte?
Se larga a llorar desconsolada. Gotas gordas surcan rápidamente las arrugas de su rostro como ríos ínfimos que deshielan. Con el movimiento de exaltación de sus piernas; que bajó rápidamente de la mesa para que recojan sus lágrimas, hizo temblar la mesita un poco, y entregó el vaso al vacío y al piso frío. Se escucha estrepitoso el crujir del cristal fracturado, y a la par, la puerta de entrada abriéndose lentamente, permitiendo que ingrese una luz cegadora, dejando ver solamente la silueta de la persona que la ha empujado, parada en el umbral, expectante. 
Sin emitir palabra, la silueta entra al living, a pasos largos. Por la forma de los hombros se nota que camina con las manos en la espalda. Poco a poco atraviesa la capa de luz dejando verse vestido con un traje gris oscuro, zapatos negros brillantes y se destaca un pañuelo azul con bordes dorados que se asoma en el bolsillo del saco. Lleva en su cabeza, ligeramente inclinado, un sombrero blanco de copa. 
Mientras camina, extrañamente sus rasgos faciales son todavía absorbidos por la luz centelleante que ingresa desde el exterior. Se acerca silenciosa y lentamente hacia Olga, que de espaldas a la puerta se quedó inmóvil, luego de llevar el rostro a su falda para aplacar su llanto.
La silueta se para junto a la silla y extiende su mano para darle una leve caricia en el hombro izquierdo. Ella siente un frío seco que la recorre como un rayo y se endereza asustada, pero no puede mirarlo, no quiere darle rostro a esa silueta y voltea la cabeza a un lado. Pasa un minuto meditativa. Ambos abrazando el silencio. El frío de su cuerpo se templa y toma coraje, diciéndole con voz grave:
- ¿Por qué regresas ahora? ¿Qué haces? ¿Me dirás?
La silueta apoya su mano en el hombro izquierdo de Olga, y apretando ligeramente, le dice con voz afable:
- ¿Realmente ésto no es lo que querías alguna vez, cierto? No me equivoco, ¡lo sé!, siempre pasa igual, no te preocupes, ya se te pasara. Toma. 
Extiende su otra mano mientras sacude un sobre levemente, indicándole que lo tome. Luego gira la cabeza lentamente, examinando el lugar, siempre impasible. Al no sentir que Olga toma el sobre, continúa:
-Tanto tiempo no es casualidad. Pero todas las decisiones son ramas que llevan a mi, y es hora de ser raíz. 
Con furia y desconcierto, ella toma el sobre mientras instantáneamente la silueta se aleja con pasos cortos, sin voltear la mirada. Ahora, con las manos en los bolsillos del pantalón, silba de manera áspera 'La campanella'.
Olga lo observa con mucha pena alejarse; siente que una parte dentro suyo también se está retirando, así, sin más. Intercalando la mirada entre el sobre, la puerta y la silueta, siente bullir nuevamente una sensación en su pecho que la hace temblar. 
Cuando la figura llega al umbral, a punto de penetrar en la luz y desaparecer, ella precipitadamente se levanta de un salto y le grita quejumbrosa:
- ¿Siempre será tarde cuando me de cuenta, o sin darme cuenta llegará el final?
Al escucharla, la silueta se detiene justo antes de atravesar el grueso marco de roble. La luz que entra impide distinguir si ha volteado la cabeza o simplemente se ha detenido a escuchar. Tal vez también tratando de convencerse, de replegarse, de no ser solo un simple medio, el canal de una culpa impuesta de antemano. Pero no responde.
Al ver que se ha detenido, pero sin ofrecer respuesta, Olga abre el sobre y saca un papel. Lo examina sorprendida, y con voz gruesa y opaca, como si rasgara sus cuerdas vocales, procede a leer en voz alta el contenido:
- “Puede parecerle una locura totalmente descabellada e insensata, tales impulsos son solo reacciones de sorpresa a lo desconocido e inexplicable, lo inconmensurable. No desprecie la actitud, ni admire el orgullo. Al parecer Común, también es usted Valiente. No estuvo dispuesta a renunciar ante el primer muro que se le presentara. Después de éste no los hay. Debe de saltar por la ventana, no ser comprada con palabras, ni mucho menos con papeles, aléjese de las especulaciones hipócritas y ruines, ¡HÁGASE SUYA!”. 
Mordiéndose los labios hasta que una lágrima corrió por su mejilla, prosiguió, ya prepotente:
-¿Nada más hay en este sobre?, ¡No hay más que palabras! ¿Le parece a usted que me alcance o apague ésto? ¡Si! ¡Usted lo sabe perfectamente señora Silueta!.
Con un solo paso, la silueta se desvanece ante la luz implacable que se cierra hasta convertirse en un rayo cada vez más fino y termina en la oscuridad absoluta; como la que sigue después de encandilarse, al atravesar el umbral y cerrarse completamente la puerta.
Olga, consternada por la escena, con los ojos hinchados del llanto, trata de recobrar el control de su respiración, inspirando lo más largo posible, para resoplar; indignada por tanta bobería, y largar todo el aire y la pesadez que empezaba a ganarle el cuerpo.
Con unos cuantos pasos de mala gana, dirigiéndose a la heladera, tira el sobre hacia la mesada y éste cae en la bacha sobre unos platos sucios. Esforzándose por entender, con rabia y enojo, voltea y toma una botella de whisky de la alacena, la abre y tira la tapa sin ver dónde cae, y directo del pico comienza a beber hasta que el líquido comienza a hacer sonidos en el fondo de su maltratada mente. ¡toc! ¡toc! ¡Glup!

Y despierta, otra vez, pero ahora en la cruda, irremediable y verdadera realidad que transita.
La habitación no es la misma. No está ni el Buda ni el Duende Sabio. Estos adornos eran muy preciados en su juventud, los tenía sobre la ventana de su habitación cuando vivía en una casa sobre las montañas de Mendoza. Justo después de quedarse viuda, pudo convencer a sus dos hijos que la dejasen vivir allí sola, lo que duró alrededor de 3 años y medio.
Pero la cama si es la misma. Las mismas sábanas y la misma almohada, el mismo olor y silencio. Mientras parpadea varias veces, saliendo de ese letargo suavemente, un pensamiento la aborda.
-¿Era un sueño más? ¿Qué escapatoria queda ahora? ¿Qué más podría buscar, si siempre encuentro?.
Boca arriba, arropada hasta el cuello con la sábana que hace juego con su pijama, dispara palabrería ininteligible, alzando cada vez más la voz hasta terminar en un grito desgarrador. El pecho se le descomprime y el llanto purificador le corre por las arrugas mientras gimotea y da manotazos en la cama.
- ¿Olga?, -se escucha el picaporte que gira- ¡Olga!, ¡abrí la puerta!- dice una voz firme desde fuera del cuarto, mientras el picaporte sigue girando. Olga solo pestañea, navega sobre sus lágrimas entre el ruido de su mente, el humo, el sobre y el traje gris de la silueta que se desvanece en el umbral. El sueño se presenta en su mente como una revelación.
-¿Por qué está cerrado con llave? ¿Dónde, pero, cómo las conseguiste?-
La voz del exterior del cuarto, se empieza a entrecortar, y tornándose más desesperante continua:
- ¡Ayuda! Por favor, Olga está encerrada con llave otra vez.
El picaporte deja de ser el centro de atención, y la puerta empieza a recibir los golpes de la desesperación, la gravedad de una experiencia extenuante y mordaz, que vuelve a repetirse sin razón aparente como la primera vez.
Dentro de la habitación, Olga mantiene abiertos sus ojos por un tiempo más prolongado de lo normal, sintiendo como el aire los acaricia y activa los lagrimales. Luego pestañea repetidas veces, aunque no sabe porqué lo hace, solo le gusta la sensación que le genera. 
Con un tanto de temor por el sueño que ha recordado en su totalidad, busca en su memoria, alguna respuesta lógica a éste, y sólo hay una, pero totalmente absurda, la que se repite abrazándola y extirpando su ya caducado sentido de la moral.
-Estoy segura de todo ésto, se lo juro, pero gracias por lo que está obligada a hacer, por lo que no tiene que culparse y por asistir y asentir. ¡Mil gracias!
Responde Olga a los gritos inentendibles de su cuidadora que apenas se distinguen de los golpes que le da a la puerta. Y cada vez son más voces que se agolpan en un solo suplicio, cada vez son más golpes a la puerta, más desesperación y más amargura en el aire. Todo va tomando su propio oscuro y pavoroso camino, ya las sombras reclaman y chillan, las paredes aprietan y gotean y el suelo se vuelve fangoso y fastidioso.
Olga se levanta muy tranquila y serena, omitiendo el alboroto exterior y el remolino interior que la impulsa, deja caer las sábanas en el piso, pisandolas descaradamente. Toma la única silla de su habitación y la coloca contra el picaporte como una traba a la puerta.
Dando pasos suaves, ligeros, casi flotando sobre el fango de su soledad, llega al armario; su mirada está opaca y centrada, abre la pequeña puerta, donde en su costado izquierdo hay una soga de color amarillo o marrón claro; claramente devastada por el paso del tiempo, esperando como eso que esperó largo tiempo el momento de ser usado. Se agacha lentamente para tomarla y nota en un rincón un pequeño manchón oscuro semejante a la silueta de su sueño, extiende su mano para palpar pero la sombra retrocede, se detiene estupefacta, le sobreviene un parpadeo pesado, cargado de culpa, al volver a centrar su mirada la silueta se desvaneció en la madera. 
Un sonido como de viento pasa por sus oídos, siente en sus mejillas la frescura de la montaña y un calor de sol invernal en su boca. Cierra los ojos.
Luego de un momento que le pareció inmenso, vuelven como sorpresivos el golpeteo y los suplicios. Se reincorpora, apacible, ya nada tiene retorno, no hay ciclo ni bucle. No hay piedras ni tropiezos. Sin luz ni sombras, solo cosas sin nombres. Siente que el cuarto la envuelve, como si la silueta se hubiera esparcido por todo el espacio de la habitación. Gira sobre sí y emprende el largo camino de regreso a su cama, a su sueño más largo, el nuevo comienzo le espera secreto.
 -Ser, vivir, sobrevivir y morir. ¡Esa es la cuestión de hoy!
Dice susurrando, chasqueando la lengua, meciendo la cabeza y cerrando los ojos un momento, mientras va haciendo con sus manos el nudo que dará final a todo. Un corredizo que le dará trance y perpetuidad.
En un costado de la cama, decenas de pedacitos de un sobre viejo parecen copos de nieve que la noche dejó esparcidos alrededor de una botella de Chivas Regal vacía, compartiendo el suelo con los cristales de un vaso destruido.

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