Un círculo

No sé. Yo no sé si Dios es un triángulo o un círculo. ¿La marcada ausencia, o un punto que se repite en la perfección? No sé si es Nada o Todo, Sí - No, o si es eso que dice Tomás: cero uno cero cero uno uno cero. No sé ni qué es eso.

—Alimento —dice María.

¿Por qué no dije eso? Eso sí se entiende bien. María siempre acota algo legible. A mí nunca se me ocurre qué decir, ni siquiera pasado el momento. Nunca sé qué hacer con las palabras, dónde buscarlas o revolverlas. María parece tenerlas bajo las mangas de esas blusas acampanadas que tanto me gustan. Como sus ojos verdes y su sonrisa cuando me mira.

—¿Podemos decidir nosotros qué es? —dice Pedro.

Pedro tiene la voz y un tono tan bajo. No sé cómo ni por qué habla tan bajito, como susurrando, siempre así, como manifestando un secreto. ¿Hablará así normalmente? No sé, solo lo veo aquí. Para mi suerte María repitió en voz alta lo que dijo. Gracias de nuevo, María, siempre aclarando y despejando la posible confusión de todos. Igualmente, no sé qué quiere decir Pedro. Se supone que sí podemos.

—Pero ¿es? —dice Joaquín.

Siempre pasa esto. Joaquín espera que se arme el debate para poner en duda el debate mismo. Espera el fuego para ser diluvio. ¿Se cuestionará lo ya dicho para tardar todo este tiempo en llegar a esa simple conclusión?
"¡Nadie sabe, obviamente, Joaquín!" Tendría que haberle contestado. Siempre me arremeten las ganas de contestarle cuando hace esto. No sé por qué nadie le dice nada. Quizás porque es viejo, lo quieren así o... no sé. Solo me animo a dirigirle una mirada mordaz.

Ahora todos se quedan en silencio, siempre es igual. Joaquín logra nublar todo razonamiento y cuesta un momento reanudar el clima. Nos ahoga, nos tapa en seco, me parece que lo hace a propósito.
María cierra los ojos y se muerde el labio. Juan lanza un enorme suspiro como si lo sucedido confirmara sus pensamientos. Pedro se tapa la cara —siempre que le molesta algo recurre a un masaje en la frente— y Joaquín levanta el mentón, como desafiando un posible retador.

—D - I - O - S. —deletrea Tomás— Dios. Te guste o no, Joaquín, ahí está cada letra formando la palabra que lo representa.

Tomás lo dice con un tono amable, pero las palabras suenan distintas. El timbre de su voz parece contenido, como cuando lees algo que no comprendes.

—Joaquín, tu aporte es un tema aparte. En el debate hoy jugamos con Dios, amamos u odiamos a Dios, todo o nada con Dios. Pero Dios. —Mira en dirección a Pedro—. También lo digo por vos, Pedro.

—Somos Dios describiendo a Dios. —dice Joaquín, remedando el tono de Tomás.

—Exactamente. ¿Ves que no es tan difícil, Joaquín?

Joaquín no responde, solo asiente con la cabeza. Tomás recorre la sala con la mirada, Pedro sigue con su masaje en la frente, sin mirarlo.

Otra vez silencio. Aunque ahora es contra el suelo, un silencio pesado, pegado al piso. Me gustaría decir algo para romper la tensión, porque me fastidia enormemente este silencio, es incómodo, frío, punzante... pero yo no sé nada de Dios. ¿O sí? Quizás, pero no en palabras.

Mis ojos también recorren las baldosas, hexagonales, de colores gastados. Miro hacia abajo esperando que alguna idea me caiga de arriba y me despante. Una idea simple, como una piedra en el agua que salpique a todos los presentes y los contagie. ¿Dios nos escuchará hablar de Él?
Pero no sé... Si tuviera que elegir, diría un Círculo. Me parece una imagen más limpia. Eso de los ceros y unos no sé qué es.

—Palabra —dice María—. Queda evidente. Vos lo dijiste recién, Tomás.

—Bueno. ¿Damos por terminado el debate? —dice Tomás—. Ya estamos en hora. ¿Algo más se podría decir?

—Yo elegiría el Círculo —respondo, mirando a María. No sé por qué digo eso, no tiene ningún sentido con lo que se dice.

María sonríe. Cobija su rubor en un costado, simulando rascarse el hombro con el mentón. Yo intento no mirarla, pero no logro apartar la vista de sus ojos.

—Gracias, Ana. —dice Tomás, sorprendido por mi contribución—. ¿Alguien más quiere decir algo antes de cerrar?

Las patas de una silla crujen al ser arrastradas. Joaquín se levanta y se va. Nadie lo mira. Siento que me roba la poca atención que podría recibir por lo que dije, aunque no aporté nada. Nunca se me ocurre qué decir. ¿Por qué vengo acá entonces? ¿Por María? No, venía antes de conocerla... No sé.

—Verdad —dice una chica.

¿Quién es? No la conozco. Viste con una camisa y pollera larga. Lleva unas trenzas hermosas en el cabello. Me agrada su imagen. Me inquieta un poco, pero de buena manera. Parece de otro tiempo, tiene el rostro cálido.

—Dios es mi verdad —continúa. Se pone de pie y extiende las manos—. Por eso él me trajo aquí. ¿Les interesa conocer la verdad, la palabra de Dios?

Nos miramos entre los presentes. Nerviosos, intrigados, como buscando al cómplice, a quién la haya invitado al círculo. Pienso en Joaquín, lo busco con la mirada en la puerta pero él ya no está. Nadie dice nada. Siento regresar ese incómodo silencio.

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